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martes, 1 de diciembre de 2015

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Ella está bien

Afortunadamente, y aparentemente, se acabaron los peores meses de mi vida. Nunca había estado tan asustada, ni tan superada, como este último tiempo. Tener un hijo enfermo es de lo peor que puede pasarle a alguien, y que ese estado se prolongue, es de lo más desgastante.

Como he dicho alguna vez por este medio, mi hija mayor es complicada; tiene la mala costumbre de somatizar sus problemas en estados de salud más o menos delicados. Nunca es nada demasiado grave, ni demasiado peligroso, pero sí constante. Como esa tortura china de la gota en la cabeza, ¿vieron?

Hasta que, como buena bomba de relojería, al final explota, y la lleva a disfrutar de la hospitalidad hospitalaria, valga la redundancia, por más de una semana, incluidos dos días en cuidados intensivos.

Ahora ya está en casa otra vez, disfrutando de su salud de nuevo, porque Elisa se mejoró casi en un 100%, sin mucha explicación de qué era lo que tenía, ni qué es lo que la está curando.

No sabemos si es que dejó un tratamiento que podía estar causándole efectos secundarios, si es que la nueva medicación que está tomando le está haciendo bien, o si simplemente se llevó un susto de muerte y decidió mejorar solita. O las tres.

Como sea, ella está bien. [#suspiro]

El tema ahora soy yo. Será que todavía estoy muy cansada, o a lo mejor estoy tratando de abarcar demasiadas cosas a la vez, y -a pesar del apoyo incondicional de mi familia y amigos [#vivanlasredesdeseguridad]- a veces siento que me estiro demasiado, como cuando tratás de untar poca manteca en una tostada muy grande.

Una no elige los golpes que le da la vida, pero sí como responder a ellos. Mis hijas son mi prioridad, pero si no me cuido a mí misma, poco puedo cuidarlas a ellas. Siento que necesito un cambio, pero no sé bien qué, ni cómo; aunque tener la certeza de que tengo que hacer algo ya es un principio, ¿no?

Despacito y por las piedras. Hasta en este asunto de los cambios, la práctica hace al maestro.

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