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martes, 30 de diciembre de 2014

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Y entonces llegó Gaspar

Yo solía odiar a las personas que visten a sus mascotas. Para mí estaban categorizadas en el mismo escalón que aquellos que escriben manifiestos de despecho en Facebook, o peor aún, los que deslumbran a sus vecinos con flamencos rosado flúo en el jardín.

Y entonces llegó Gaspar.

No soy una dog-person, ustedes lo saben. Es más, me reconozco aulirófila perdida, y si algo tienen los gatos es su renuencia a cualquier tipo de vestimenta, adorno o judeada; como mucho el clásico collar con cascabel. No hay nada más triste que ver un gato vestido. Pobre bicho.

Pero los perros son diferentes. Son seres lameculos, literal y metafóricamente, y se dejan (los gatos nunca ‘se dejan’, como mucho, ‘dejan’). Así que la gente que viste a sus perros se merecería ir al primer círculo del infierno, por desafiar a dios.

Pero claro, entonces llegó Gaspar. Y la navidad. Y Elisa. ¡Y miren en lo que me he convertido! Una dueña de perro guaranga que disfraza a su mascota y le saca fotos… increíble. ¡Al limbo conmigo!



Ya mismo estoy abriendo la página de MercadoLibre. A ver dónde puedo conseguir un par de flamencos rosados para mi jardín.



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