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viernes, 31 de octubre de 2008

7

It's fun to phone

Si alguien se molestó en leer el texto de la imagen de la entrada anterior, se habrá reído como yo – bueno, si la entendió, claro, es una publicidad de la Bell Telephone System al fin y al cabo. Por las dudas, o por si no son tan curiosos como para leer la letra chica, acá va en versión aumentada, más la transcripción del texto original.



Try it today when the dishes are done, beds made, clothes in the washer. You’ve earned a break.
So relax a little and pick up the telephone. Enjoy a cheerful visit with a friend or loved one. It’s so easy to do, whatever the miles may be. For no one is ever far away by telephone. It helps to make any day a happier day at both ends of the line.


“It’s fun to Phone”
Bell Telephone System


Más la traducción:

Pruébalo hoy, cuando los platos estén lavados, las camas hechas, la ropa en la lavadora. Te has ganado un recreo.
Así que relájate un poco y toma el teléfono. Disfruta de una agradable conversación con un amigo o alguien querido. Es fácil, no importa la distancia. Porque con un teléfono nadie está demasiado lejos. Ayuda a convertir cualquier día en un día más feliz, de ambos lados de la línea.


“Es divertido telefonear”
Bell Telephone System

¿No es maravilloso? La mujer es la imagen perfecta de una esposa de Stepford, desde el delantal a juego con el vestido (¿pueden decirme cómo hace para tener un delantal impecable?), y la taza de té (té, nada de bebidas espirituosas para el ama de casa ideal), hasta el portarretratos con la foto del marido en la mesita, seguramente para prevenir pensamientos impuros (hay que tener cuidado de esos alguienes queridos). Ah, y no olvidemos a la aspiradora, mostrando sus tentáculos, desde detrás del sillón.

Eso sí, ¡que no se le vaya a ocurrir levantar el teléfono mientras la casa no esté limpia!

Ahora, como dijera un comentarista gracioso en el sitio dónde encontré la foto... ¿y si el diálogo telefónico fuera el siguiente?


“Hola, ¿Martín? Sí, soy yo. Te llamaba porque ya terminé con la casa y tengo un par de horitas antes de que vuelva mi marido, ¿y si te venís un ratito? ¡Genial! Te espero.”


¡Es divertido telefonear!

lunes, 27 de octubre de 2008

7

Al teléfono

Tirada en el sofá, a oscuras, hablaba por teléfono. Él estaba lejos, pero las distancias se acortaban con la tecnología, haciendo más soportables las ausencias. A veces era Internet, entonces jugaba con las palabras como si fueran letras en un Scrabble, eternos ejercicios dialécticos que la divertían y la desafiaban, de resultados inesperados, pero casi siempre gratos. Otras veces, como esa noche, era su voz del otro lado del cable la que la hacía bullir y disolverse en líquido al mismo tiempo. Alguna risa perdida, algún susurro, siempre divertida y perpetuamente excitada.

“¿Sabés...?” le preguntó él muy serio, interrumpiendo la conversación que venían teniendo, casi como si hubiera estado guardándose algo difícil de contar y no pudiera esperar para sacárselo de adentro. Ella le dijo que no, que no sabía, y contuvo el aliento, un poco temerosa ante las innumerables y nefastas posibilidades. “Te puedo oler desde acá.”

La mujer se rió ante ese gran anuncio, aliviada y divertida a la vez. Relajándose nuevamente, arqueó una ceja y preguntó: “¿Me olés desde ahí? ¿Qué olés?”

“A vos.”

Ella insistió. “¿Y a qué huelo?”

Su voz sonaba irritada cuando contestó: “¡Mi Dios, olés a vos!”

La respuesta tenía tal convicción y autosuficiencia, que la mujer no pudo resistirse. Incorporándose en el sofá, se sentó a lo indio y enroscó el cable del telefono en su muñeca, casi como un estrangulador lo haría antes de atacar.

“Bueno, vos olés rico y picante. Es una mezcla de espuma, tabaco y el aroma propio de tu piel. Siempre el mismo, además. Olés sabroso, tibio y fresco a la vez.”

Deslizando sus dedos por el cable enredado, cual si fueran sus manos, siguió. “El olor a tabaco en tus dedos es más pronunciado, intenso y desvergonzado, casi pecaminoso. Es un olor que me enloquece.”

Él solo respondió con un 'ajá' extrañamente ronco, así que ella siguió provocando. “Tu sexo también tiene un olor especial, huele a... pan caliente, algo así, un olor familiar, seductor y sensual.”

“¿Sí?”

“Sí. Adoro su olor.” Ella sonrió y su sonrisa, reluciente en la oscuridad, ya se parecía a la del Gato de Cheshire. “Me encanta como hueles, pero cuando estamos juntos el olor de tu piel cambia, se enreda con el mío y se convierte en un aroma áspero y almizclado, casi empalagoso. Olor a sudor y pasión.”

Lo oyó exhalar; lo imaginaba con el tubo del teléfono presionado contra su oído, inmóvil, atrapado por sus palabras como un pez en un anzuelo verbal.

“Tu boca, tu aliento, huele a una mezcla de menta fresca y tabaco otra vez; ahí el olor se confunde con los sabores, claro. Tu saliva es limpia y dulce, como el agua.”

Ella esperó un par de segundos, disfrutando del sonido irregular de su respiración, antes de dar el golpe de gracia. “Así que cuando te pregunte a qué huelo, no me digas: '¡mi Dios, olés a vos!'”

Tuvo que apartar el tubo de su oído, tan fuerte fue la carcajada que le respondió, y ella le hizo eco con su propio deleite. Cuando dejaron de reír, pudo al fin preguntar:

“Te tapé la boca, ¿no?”

“Sí.” dijo él, casi sin aliento por la risa.


lunes, 20 de octubre de 2008

5

Sueños húmedos

La mano le acarició la espalda, bajo el camisón. Ella protestó y la aparto de sí. Caprichosa, la mano se acercó nuevamente, esta vez alrededor de su nuca, acariciante, seductora, apartando su cabello largo. La otra se unió a las caricias, recorriendo su espalda, descendiendo en círculos hasta su cintura. Ella se estremeció y sonrió, pero mantuvo los ojos cerrados y disfrutó del in crescendo de sensaciones. Luego las sintió subir su camisón, salvando piernas, torso y brazos, apenas rozándola los dedos a su paso, hasta forcejear con su cabeza y arrojarlo a un lado. Escuchó el ruido sordo de la prenda al caer junto a la cama.

Ella continuó inmóvil, fingiendo dormir.

Sin barreras ya, la boca se unió a las zalamerías esmeradas de las manos, depositando pequeños besos en su espalda desnuda y caliente. Tuvo que morderse los labios para contener una respuesta, sus propias manos contraídas sobre las sábanas arrugadas, mientras las otras continuaban concentradas en la piel de su espalda, de la nuca a la cintura, en silencio, con suavidad. Cuando trató de girar para responder, incapaz de contenerse más, las manos se endurecieron y la mantuvieron boca abajo, con firmeza. Ella suspiró y se abandonó al juego otra vez.

“Amor,” susurró, “yo...”

La boca se acercó para callarla con un beso. Ella mordió, hambrienta, pero la otra se retiró antes de que pudiera retenerla. Frustrada, volvió a intentar girar, solo para que la detuvieran una vez más. Ella gimió en anticipación.

Finalmente, sintió el cuerpo tenderse sobre ella, y simplemente quedarse así, quieto. Ella recibió con gusto ese peso tan familiar, disfrutándolo por algunos segundos, antes de estirarse hacia atrás, intentando ceñirlo. Las manos la detuvieron, tomaron las suyas y las volvieron a la cama, seguras y fuertes. Lo sintió tomar impulso, antes de hacerlos rodar a ambos con un movimiento rápido hasta invertir sus posiciones. Ahora estaba debajo de ella, pero aún de espaldas. Ella rió, y abandonando ya toda farsa de sometimiento, se desligó de sus manos y volteó para enfrentarlo.

Estaba muy oscuro, solo el reflejo pálido de la luna en el espejo de la pared iluminaba débilmente la habitación, sin embargo, era suficiente para ver a su amante, suficiente para ver sus ojos queridos reluciendo ambarinos en una cara familiar, pero extrañamente deformada.

“Hola querida,” dijo él, y empezó a reír.

Ella gritó.

Sus propios gritos la despertaron. Acurrucada, escudándose en las sábanas apretadas contra su pecho, miró a su alrededor, ubicándose en el aquí y ahora. Inspiró profundamente, buscando calmarse, mientras se repetía que solo había sido un sueño, un sueño sumamente vívido, pero un sueño al fin.

Con una mano temblorosa, acarició el espacio vacío donde él había dormido hasta hacía tan poco, y sus ojos se abrieron aterrados cuando notaron que su brazo largo y delgado resaltaba moreno en su desnudez contra la palidez de las sábanas. Frenética, miró a su alrededor, hasta encontrar el bulto arrugado de su camisón en el piso, al lado de la cama. Volvió a gritar, y esta vez no se detuvo.

Del otro lado de la ciudad, el vampiro perdió la conexión con su presa, pero siguió riendo.

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